FA/CMR
Este fin de semana me detuve a leer a Nicholas Kristof en The New York Times. Kristof se preguntaba en su columna¿Se ha roto la fiebre de Estados Unidos?, refiriéndose a la fiebre hacia el extremismo de derecha.
DecÃa: “PodrÃa decirse que, como nación, aún enfrentamos el mayor peligro desde el final de la Reconstrucciónâ€
El periodista señala tres razones. En la primera, Kristof advierte que “este extremismo va más allá de Trump e incluso más allá de Estados Unidos. Italia acaba de instalar a un primer ministro de extrema derecha cuyo partido tiene sus raÃces en el neofascismo, un recordatorio de que la fiebre persiste a nivel mundialâ€
En segundo lugar, profundiza, sobre la reacción de los republicanos de mirar hacia otro lado frente a algunos devaneos neonazis. Dice Kristoff: “Cuando los lÃderes de uno de nuestros principales partidos polÃticos luchan por defender la Constitución o condenar a los neonazis, Estados Unidos todavÃa se siente febril.
Pero es cuando analiza lo que está de fondo de estas tendencias polÃticas y su caldo de cultivo, que su columna cobra importante vigor, ofreciendo reveladoras cifras sobre la sociedad estadounidense.
ESTA ES UNA CITA LARGA: Advierte Kristoff “nuestra disfunción polÃtica está impulsada de manera compleja por una disfunción y desesperación económica y social más amplia, a la que no logramos enfrentarnos de manera efectiva.
Ahora estamos perdiendo aproximadamente 300.000 estadounidenses al año debido a las drogas, el alcohol y el suicidio en “muertes por desesperaciónâ€. El tejido social de innumerables familias e innumerables comunidades (incluida la mÃa), dice Kristoff, se ha ido desmoronando.
Alrededor de una séptima parte de los hombres en edad productiva (de 25 a 54 años), históricamente el pilar de la fuerza laboral estadounidense, no están trabajando hoy. No entendemos completamente por qué, pero no es porque no existan puestos de trabajo: hay 1,7 puestos vacantes por cada trabajador desempleado.
La esperanza de vida de un niño recién nacido en Mississippi parece ser más corta que la de un niño recién nacido en Bangladesh.
A pesar de que muchos adultos están luchando, los problemas se transmiten a la siguiente generación. Cada 19 minutos, nace un niño con dependencia de los opioides, y uno de cada ocho niños estadounidenses crece con un padre con un trastorno por uso de sustancias.
La pandemia de coronavirus también parece haber agravado la soledad y los problemas de salud mental, incluso cuando ha provocado una escasez de trabajadores de primera lÃnea para ayudarlosâ€Â
Continúa Kristoff, “Los niños que sufren crisis de salud mental a veces se alojan durante dÃas o semanas en las salas de emergencia de los hospitales porque no hay otras camas disponibles.
Los problemas están lejos de estar ocultos, incluso si no comprendemos completamente las conexiones o patologÃas. Camine por un campamento para personas sin hogar en Portland o San Francisco, o visite una sala neonatal en West Virginia donde los bebés recién nacidos lloran debido a la dependencia de los opioides, o charle con los habitantes de Idaho que creen que los lÃderes demócratas son parte de un culto satánico que trafica con bebésâ€
Cita Nicholas al gran filósofo social Erich Fromm en “Escape from Freedomâ€, de cómo un pueblo azotado por la inseguridad y el aislamiento social puede volverse autoritarista, con la promesa de grandeza y un camino de certeza.
De modo que polÃticos, educadores y periodistas, es allà donde hay que mirar.Allà donde hay trabajo por hacer. Ir a las causas, hacer visible cómo la visión y realidad de sentirse excluidos de la mirada de los gobernantes es abono para teorÃas conspirativas. No es sólo polÃtica, es empatÃa y compromiso, es ir al alma de un paÃs que, sin duda, está fracturado.