En un reciente informe del mes de octubre titulado “El sectarismo político y el culto presidencial” escrito por Gene Healy, vicePdte Senior de política del Cato Institute, una organización de investigación de políticas públicas, se advierte la necesidad de no pasar por alto las señales de que el desprecio partidista se ha vuelto más generalizado y tóxico, así como del delicado efecto de la concentración de poder en la institución de la presidencia.
Dice Healy: «Las travesuras de la facción», nos dijo James Madison en el Federalist, «están sembradas en la naturaleza del hombre». Así que no debería sorprendernos que los estadounidenses, un grupo rebelde y combativo en el mejor de los casos, nunca hayan estado en desacuerdo sobre política de manera tan amistosa.
Continúa Healy, investigador del Cato Institute y autor de The Cult of the Presidency: America’s Dangerous Devotion to Executive Power:
“Sin embargo, últimamente, al mirar en la boca del infierno de Twitter, o incluso al otro lado de la mesa de la cena de Acción de Gracias, es difícil pasar por alto las señales de que el desprecio partidista se ha vuelto más omnipresente y tóxico. Lo personal se ha convertido en lo político y la política se ha vuelto demasiado amargamente personal.
Hemos entrado en una era aguda de polarización, informan dos politólogos de Stanford en un estudio de 2018: durante las dos primeras décadas de este siglo, «la leve aversión de los partisanos por sus oponentes se ha transformado en una forma más profunda de animadversión».
La mayoría de los condados en el mapa electoral ahora son sólidamente rojos o azules, y en 2020, aproximadamente 4 de cada 10 votantes registrados que respaldan a Donald Trump o Joe Biden dijeron a los encuestadores que no tenían amigos cercanos que apoyaran al otro candidato.
Lo que es peor, hemos comenzado a temer, incluso a odiar, a quienes no entendemos. Entre el sesenta y el setenta por ciento de los demócratas y republicanos ahora ven a sus oponentes políticos como «una seria amenaza para los Estados Unidos y su gente». El cuarenta y dos por ciento va tan lejos como para afirmar que el otro equipo «no solo es peor para la política, son francamente malvados».
Se trata pues como señala Healy del “sectarismo político”, cuya metáfora fundamental es la religión», que evoca «una fe firme en la corrección moral y la superioridad de la propia secta».
Pero “el partidismo tóxico, que nos atormenta, advierte Healy, no se puede curar con un cambio de tono presidencial. La presidencia moderna es un divisor, no un unificador. Se ha vuelto demasiado poderoso para ser cualquier otra cosa… en los años de Bush-Obama, continúa Healy, la “oficina más poderosa del mundo” se volvió aún más poderosa, y cita a los profesores de derecho John O. McGinnis y Michael B. Rappaport quienes afirman en un artículo reciente, titulado «Polarización presidencial» que “La deformación de nuestra estructura de gobierno” hacia el gobierno de un solo hombre intensifica la polarización y la hace más peligrosa. El diseño constitucional original requería un amplio consenso para amplios cambios de política. «Ahora», escriben McGinnis y Rappaport, «el presidente puede adoptar tales cambios unilateralmente.”
Continúan los autores explicando que “Debido a que el presidente representa la mediana de su partido, no de la nación, las decisiones del presidente normalmente son más extremas que las que surgirían del Congreso, particularmente cuando, como suele ser el caso, las cámaras del Congreso y el Presidente están divididas en dos partes. A nivel nacional, la delegación de decisiones políticas del Congreso al poder ejecutivo permite a la administración del Presidente crear las regulaciones más importantes de nuestra vida económica y social. El resultado son regulaciones relativamente extremas que pueden cambiar radicalmente entre administraciones de diferentes partidos, creando polarización y frustrando la búsqueda de consensos políticos”
Además, como destaca el investigador, “los poderes unilaterales del presidente se extienden a muchos de los temas que más nos dividen. En una encuesta de 2019, el Pew Research Center descubrió que en cuestiones políticas clave, la diferencia promedio entre los estadounidenses rojos y azules se había más que duplicado desde 1994. La «brecha partidista» ahora eclipsa las divisiones sociales pasadas, como la brecha de género o la brecha generacional.
En tiempos de polarización política tóxica, desconfianza y presidencia superpoderosa que la cataliza, lo que sufre es justamente lo que más buscamos preservar, la democracia.
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