En un interesante artículo publicado en el portal de encuestas, Five Thirty eight escrito por Lee Drutman, investigador principal del programa de Reforma Política en New America, titulado “Cómo llegó el odio a dominar la política estadounidense”, el autor hace un análisis exhaustivo de cuáles tendencias se han cruzado para hacer del hiperpartidismo, el partidismo negativo y la nacionalización de la política estadounidense, lo que define hoy la democracia estadounidense.
Drutman se refiere también al odio al partido contrario, algo “cada vez más común entre los votantes estadounidenses. Sin embargo, este nivel de odio – que los politólogos denominan “partidismo negativo” – ha alcanzado niveles que no solo son malos para la democracia, sino que son potencialmente destructivos”…”durante cuatro décadas, los partidarios se han vuelto cada vez más unos contra otros en un ciclo creciente de aversión y desconfianza: las opiniones de la otra parte se encuentran actualmente en su punto más bajo”.
Recuerda Drutman, autor además del libro «Rompiendo el bucle de fatalidad bipartidista: el caso de la democracia multipartidista en Estados Unidos», cómo se llega a este punto y distingue tres tendencias:la nacionalización constante de la política estadounidense, la clasificación de demócratas y republicanos en líneas urbanas / rurales y culturalmente liberales / culturalmente conservadoras, y finalmente, los márgenes cada vez más estrechos en las elecciones nacionales.
Observa Drutman que “La combinación de estas tres tendencias ha convertido a Washington, D.C., en una batalla de alto riesgo en la que el compromiso entre partidos es difícil y ambas partes se esfuerzan cada vez más por lograr el control total”.
Cuando habla de la nacionalización de la política se refiere a cómo Washington se convirtió en el “árbitro de los valores nacionales”, un mayor énfasis en la política nacional y menos atención prestada a la política local y estatal, por lo que “las elecciones se ven cada vez más como referendos sobre el presidente y el partido que controla la Casa Blanca, lo que deja poco espacio para que los miembros individuales del Congreso se distingan de sus partidos nacionales”.
La clasificación entre demócratas y republicanos en líneas urbanas / rurales y culturalmente liberales / culturalmente conservadoras, ha contribuido al aumento del partidismo negativo.
Advierte en este sentido, el investigador que “Las distintas perspectivas geográficas de los senadores y representantes importaban más que sus partidos, con complejas coaliciones de liberales urbanos y conservadores rurales en ambos partidos. Sin embargo, a medida que nuestra política se fue nacionalizando cada vez más, la clasificación política de los partidos se aceleró”.
Destaca cómo valores culturales están mucho más conectados a la geografía que los valores económicos.” Tanto los ricos como los pobres viven en ciudades, suburbios y más allá de los suburbios. Pero aquellos que son socialmente liberales tienden a vivir en ciudades, mientras que aquellos que son socialmente conservadores tienden a habitar pueblos pequeños. Esta clasificación partidista en cuestiones culturales ha generado, por tanto, una división de densidad partidista significativa. Y debido a que la geografía también corresponde a la diversidad racial y étnica (básicamente, las ciudades son multiculturales y los suburbios son en su mayoría blancos), esto agrega otra división a la división partidista: la raza”.
Con todas estas identidades acumulándose unas sobre otras, el partidismo se ha convertido en una especie de “megaidentidad”, el partido define más que una opción para el voto, define tus propios valores. Cito:”De hecho, ha llegado al punto en que cuando conoces a alguien, puedes considerarlo inmediatamente como un «votante de Trump» o un «votante de Biden». Ese tipo de estereotipos fáciles nos lleva a ver a la otra parte como distante y diferente. Y, por lo general, las cosas que son distantes y diferentes también son más amenazadoras”.
La tercera tendencia se refiere a los cada vez más estrechos márgenes en las elecciones nacionales. Sostiene Drutman que: “la cercanía en el resultado de las elecciones ha mantenido esquivas las predicciones de dominación total o al alcance de la mano (para un lado) y peligrosamente cerca (para el otro)…Estos impulsos… crean un estancamiento en otros lugares y conducen a una política de mensajes de suma cero, en la que el partido que intenta recuperar la Casa Blanca nunca tiene ningún incentivo para comprometerse porque simplemente desdibuja el mensaje y ayuda al partido en el poder a parecer más exitoso y legítimo.Por lo tanto, la frustración, y lo que está en juego en las elecciones, sigue aumentando.
Se trata pues de un sistema bipartidista polarizado, dónde es fácil limar las diferencias intrapartido creando un objetivo compartido, como el riesgo existencial presentado por un segundo mandato de Trump o el hecho de que un voto por Biden sea un voto en contra de Trump. Es decir, en un sistema bipartidista, ser anti-anti-Trump cuenta lo mismo que ser pro-Trump.Un mensaje suma cero.
Como concluye Drutman: “Es una mala noticia para una democracia cuando del 60 al 70 por ciento de las personas vean a los conciudadanos de la otra parte como una seria amenaza… “Los crecientes odios partidistas y las fuerzas que los impulsan se han estado gestando durante mucho tiempo. Es posible que estén llegando a su fin. Pero más que en cualquier otro momento del último siglo y medio, están poniendo a prueba las bases mismas de la democracia estadounidense”.
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