Este 2020, la vida y el mundo cambiaron de forma radical. Un día como el de ayer, 12 de noviembre, el año pasado, nadie hubiese podido hacernos creer que pasaríamos el año enmascarados, que no trabajaríamos en nuestras oficinas y que nuestros hijos tampoco asistirían a escuelas ni universidades. Tampoco que un virus se llevaría a algunos de nuestros amigos y los discursos y eventos sería de forma digital.
Pero la realidad, al voltear el año nos abofeteó a todos. El impacto se ha hecho sentir en todas las industrias y naciones. Poco a poco las noticias científicas destinadas a las páginas internas para unos pocos han pasado a estar entre las primeras y se comparten por chats y facebook con la misma fuerza que las de farándula y entretenimiento.
Al principio fue la incredulidad, después descubrir que no estábamos preparados y empezar a distribuir las culpas. Gobiernos y gobernantes al desnudo. Luego la esperanza, a veces, con demasiada ingenuidad, empeñados a que pronto todo sería igual que antes.
Pero ocurre que no, que ya nada es igual. Para acompañar a ese ser querido enfermo, con suerte se escogerá a un solo miembro de la familia para estar cerca. Si el familiar tiene Covid-19, nadie podrá estar a su lado, y si falleciese, tampoco habrá el consabido funeral social.
Para viajar, si es que usted se atreve a superar tras dos máscaras y guantes la alta exposición y si la frontera del país de destino se lo permite, deberá examinarse. Si regresa a su oficina cada semana pasará varias veces por la rutina del examen y si alguno de su equipo está infectado, todos serán retirados bajo sospecha.
Para poder llevar comida a casa, muchos nuevos desempleados de otro nivel profesional se convierten en repartidores esenciales; otros, con menos suerte regresan a acomodarse en el espacio que puedan en casa de sus padres. Y los que peor la pasan, ya se empiezan a ver deambulando junto a muchos más en las calles.
¿La noche de Nueva York? Pues ha quedado oculta tras vitrinas vedadas, patrullas altisonantes y ambulancias pregoneras.
Bodas post puestas, o realizadas con la familia en la pequeña pantalla de un computador tratando de imitar costumbres que ameritan del abrazo y la cercanía. Coro de voces sin turno claro, ruido y distancia.
Hoy aspiramos regresar a ese pasado, como si fuera más bien posible, ese regresar al futuro de la película de Zemeckis. ¿Si pudiéramos hacer las cosas mejor, haber impulsado que se activaran nuevos protocolos de salud, no haber asistido a la reunión aquella que le produjo el contagio al esposo que hoy es pura ausencia?
¿Si hubiésemos sabido que no tendríamos el tiempo o el lugar para volver a encontrarnos con ese ser querido al que le pichirríamos la compañía por cuestiones de trabajo, habríamos sido más generosos ?
Ahora cuando para ser admitidos habrá que mostrar que no se tiene fiebre, que la prueba de Covid 19 dió negativa y después, que usted ya ha sido vacunado, usted un privilegiado entre muchos que no podrán hacerlo, habría que preguntarse, detenidos en ese 12 de noviembre de 2019, ¿podría hacerlo mejor?
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