Decía el poeta venezolano, Andrés Eloy blanco, en su poema “Los Hijos Infinitos” que:
“Cuando se tiene un hijo,
se tiene al hijo de la casa y al de la calle entera,
se tiene al que cabalga en el cuadril de la mendiga
y al del coche que empuja la institutriz inglesa
y al niño gringo que carga la criolla
y al niño blanco que carga la negra
y al niño indio que carga la india
y al niño negro que carga la tierra.
Cuando se tiene un hijo, se tienen tantos niños
que la calle se llena
y la plaza y el puente
y el mercado y la iglesia
y es nuestro cualquier niño cuando cruza la calle
y el coche lo atropella
y cuando se asoma al balcón
y cuando se arrima a la alberca;
y cuando un niño grita, no sabemos
si lo nuestro es el grito o es el niño,
y si le sangran y se queja,
por el momento no sabríamos
si el ¡ay! es suyo o si la sangre es nuestra…
Nuestra resulta la sangre de Liza, la joven ucraniana con síndrome de Down que fué alcanzada por misiles rusos que cayeron el jueves en la ciudad de Vinnytsia, lejos del frente. La de otros dos niños que murieron ese día en el mismo ataque.
El padre de Liza, Artem Dmytrieva contó que cuando comenzó la guerra, su familia y él huyeron de Kyiv, la capital, hacia Vinnytsia, una ciudad 270 kilómetros al suroeste que hasta el jueves se consideraba relativamente segura.
Pero ya nada parece seguro, cuando se trata de guerra.
En diciembre pasado, Liza había participado en un video para navidad junto a la primera dama de Ucrania, Olena Zelenska, llena de vida, en un ambiente de alegría y paz, cuando no se esperaba, la terrible invasión que acabó con su vida.
Poco antes de la explosión del jueves, su madre Irina Dmytrieva había publicado un video en las redes sociales que mostraba a su hija esforzándose por alcanzar la manilla para empujar su propio cochecito, caminando felizmente por Vinnytsia, vestida con una chaqueta de mezclilla y pantalones blancos, con el pelo adornado con un pasador.
Rodeada de familiares y amigos y con una corona de flores blancas, Liza, de 4 años, fue enterrada el domingo, en el centro de Ucrania, mientras un sacerdote ortodoxo, Vitalii Holoskevych, rompía a llorar y les decía a sus familiares que “No conocía a Liza, pero nadie puede pasar por esto con calma…Porque todo entierro es duelo para cada uno de nosotros. Estamos perdiendo a nuestros hermanos y hermanas. Sabemos que el mal no puede ganar».
En palabras del poeta venezolano:
“…Cuando se tiene un hijo, toda risa nos cala,
todo llanto nos crispa, venga de donde venga.
Cuando se tiene un hijo, se tiene el mundo adentro
y el corazón afuera”.
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