El 29 de febrero de 2020, el gobierno de EE.UU. presidido por Donald Trump, y los talibanes firmaron en Doha, Qatar, el Acuerdo para Traer la Paz a Afganistán, basado en la premisa, del entonces presidente de que serían las fuerzas de seguridad afganas las que tomarían el control de la situación después de la retirada occidental. En él se fijó un calendario para la retirada de las tropas de EE.UU. y sus aliados internacionales en un plazo de 14 meses desde que se anunciara el acuerdo.
Washington se comprometía también a levantar las sanciones que había impuesto sobre los líderes talibanes, mientras que el Talibán exigía la liberación de prisioneros, que fue finalmente incluida. A cambio, Washington obtenía el compromiso de que los talibanes no permitirían «que ninguno de sus miembros, ni otras personas o grupos, incluida al-Qaeda, usen el territorio afgano para amenazar la seguridad de EE.UU. y sus aliados».
Susana Mangana, profesora universitaria con doctorado en Estudios Árabes e islámicos en la Universidad Autónoma de Madrid, abordó el tema en el programa En Conexión, conducido por César Miguel Rondón.
“Todo hace entender que se trató de un acuerdo de rendición. Es decir, Estados Unidos se comprometió con los talibanes en Doha, que abandonaría Afganistán en un tiempo razonable, a cambio de que los talibanes se comprometieran a no lanzar ataques o planificar atentados contra Estados Unidos. Intuyo que en el tratado también está el compromiso de que los talibanes no le den refugio o cobijo a otros grupos radicales. No obstante, todo esto puede quedar ahora en papel mojado”, dijo Mangana.
La fecha límite para que los Estados Unidos retiraran sus tropas de Afganistán era el 11 de septiembre. En este sentido, en la práctica se ha cumplido el acuerdo de Doha.
“El acuerdo de Doha es un fracaso desde todo punto de vista, porque todo lo que ha ocurrido en Afganistán durante estos 20 años ha sido una falta de sensatez y cinismo por parte de la comunidad internacional y la coalición de fuerzas de las potencias occidentales. En 20 años no se dedicaron a sentar las bases para un estado más democrático e inclusivo, no construyeron la paz, ni tampoco garantizaron los derechos. Por tanto, debemos exigir cuentas porque se trata de una hipocresía de los líderes del mundo”, apuntó la experta.
Para Mangana, hay que entender que los servicios de inteligencia conocían la situación e informaron a los líderes que estaba perdiendo la batalla frente a los talibanes y otros grupos insurgentes.
“Lo que tenemos en Afganistán es un tablero de ajedrez, en el que sale la vieja rivalidad entre Rusia y Estados Unidos. Estas potencias han utilizado a Afganistán como un patio trasero para mover a sus peones. Hay que hablar de Rusia, China, y los intereses de Irán y Pakistán, que han dado cobijo a los talibanes. Al final, los intereses geoestratégicos son los que realmente mandan”, añadió.
En estos 20 años se contabilizan 2.400 soldados norteamericanos muertos, y más de 66.000 bajas de las fuerzas afganas.
“Cuando vimos que el presidente de Afganistán fue el primero que salió del país, nos damos cuenta que Estados Unidos pactó a sus espaldas con los talibanes”, enfatizó la especialista.
En cuanto a los intereses de Rusia y China, Mangana afirmó que los chinos buscan añadir a Afganistán al proyecto de la Franja y la Ruta. “También busca explotar el cobre y otras minas. Tanto Rusia como China deben cuidarse de que el regreso de los talibanes no de aliento a los grupos de islamistas radicales en sus territorios”.
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