El embajador de Venezuela en Canadá, Orlando Viera, escribió hace días en su twitter: “Dos Venezuelas: una escapa y muere cruzando el tapón del Darién. Otra se muere por cenar en Las Mercedes o disfrutar un concierto. Una es víctima de coyotes, estafas y trata de personas. Otra sube al Humboldt y paga sumas escandalosas”.
Esa es la distancia de la desigualdad en Venezuela, sentencia el economista Omar Zambrano. No sólo es económica, se mide en experiencia humana.
Según el Servicio Nacional de Migración (SNM) de Panamá, los primeros siete meses de 2022, 44.943 migrantes venezolanos cruzaron la peligrosa selva del Darién.Pero no todos logran llegar al destino, más de una decena han muerto en el intento sólo este año.
Ese fue el caso del yaracuyano William Giménez, quien logró atravesar la selva del Darién, entre Colombia y Panamá, pero no el río Bravo. El pasado 17 de agosto su cuerpo apareció flotando en el río entre México y EEUU.
El pasado 17 de agosto, también en las aguas del río Bravo, fue localizado el cuerpo del barinés, Juan David Pulido Cristancho, quien dejó a su esposa y dos niños de uno y seis años de edad. Había viajado desde Chile hasta Colombia para luego atravesar la Selva del Darién.
No se trata sólo de perder la vida, también puede ser la dignidad.
La organización Médicos Sin Fronteras (MSF), explicó en un informe que cruzar el Darién “implica, ante todo, realizar una travesía en la que se arriesga la propia vida, ya que los peligros son múltiples”. La organización apunta a que la presencia de grupos delincuenciales es otro gran riesgo en la zona. Durante el mes de mayo, informa MSF, sus profesionales atendieron a 100 personas que habían sido víctimas de violencia sexual.
Como señalara la periodista argentina, Carolina Amoroso, del canal Telenoticias, quien ha estado realizando cobertura en el Darién, en una pieza editorial de The Washington Post: “Los muertos y desaparecidos de esta travesía, los caminantes de una ruta que puede dejar traumas imborrables, son aquellos por los que nuestra región no se indigna ni marcha. Son los hijos de los engaños y las estafas, sin ventanillas para reclamar. Sin rostros en las noticias. Son, en definitiva, un espejo insoportable de la indiferencia. Las víctimas olvidadas de todos nuestros silencios”
Se refiere Carolina a la indiferencia de los países receptores de la migración que imponen visas, límites y exponen xenofobia obligando a los ya desterrados a un nuevo destierro, en busca de la esperanza.
Esa indiferencia no sólo ocurre en estos países de acogida, también ocurre en el nuestro. No se trata de dejar de disfrutar lo que ofrece Venezuela a los que pueden pagarlo, se trata de cuánta compasión, empatía y solidaridad tenemos para con los que no pueden hacerlo.¿qué hacemos cada venezolano para mejorar la calidad de vida de quiénes carecen de medios para lograrlo.¿Cómo podemos exigir a otros solidaridad y coherencia cuando nuestras acciones carecen de ellas?
No son dos “Venezuelas”, es una sola.
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