Carlos Granés escritor colombiano, autor entre otros de ‘Delirio americano. Una historia cultural y política de América Latina’ , publica hoy su columna en El Espectador de Bogotá, titulada “Rebajar el fanatismo y afilar el sentido crítico”. Reflexiona sobre las elecciones que harán con sus votos los colombianos este domingo 19 de junio.
Dice Granés: “Dos formas de populismo, una nacional-popular-vernácula y otra nacional-patriarcal-occidentalizada, han quedado en pie después del terremoto político de la primera vuelta en las elecciones colombianas. “Cambio”, lo hemos llamado, pero aquel giro en realidad nos iguala con varios otros países latinoamericanos que ya han visto cómo, una vez el centro político se deshace, queda el radicalismo pastando entre escombros. Primero Perú y Chile, ahora Colombia y dentro de poco Brasil: las contiendas electorales están fracturando sociedades. Es tal la sensación de juicio final que se vive en la segunda vuelta y tan grande la preocupación por lo que puede ocurrir si X o Y llega al poder, que se empieza a perder la cordura”.
Se trata pues de elegir entre dos populismos. El mismo animal con dos caras diferentes.Es el delirio colombiano.
Granés, busca claves en el diagnóstico acertado que sobre Perú hizo el politólogo Alberto Vergara. Dice Granés: “Nuestros vecinos se radicalizaron tanto, se entregaron con tanta pasión a lo que creyeron era la opción menos mala, que todos acabaron transgrediendo sus propios principios con tal de legitimar al candidato por el que finalmente optaron. Antes de la primera vuelta se sabía que Castillo y Fujimori, como Hernández y Petro, eran opciones malas, imprevisibles y riesgosas, y sin embargo en la segunda ronda se peleó por ellas con un ahínco desmedido. Una locura. El resultado fue la erosión absoluta del centro y la división de la sociedad en dos bandos partisanos que trataron por todos los medios de autojustificar su voto. No solo eso. A la postre, la sociedad civil perdió y la clase política ganó. Perdió la sociedad porque se dividió, se desmovilizó y cayó en la más penosa desmoralización, y ganó la clase política porque se alió. Castillo ya no pelea con sus viejos rivales y muy por el contrario los deja legislar a favor propio”.
El aporte más valioso que hace este antropólogo social, es cuando pide que se ponga el foco en la necesaria resistencia civil, el único camino para ponerle límites a un poder que no importa, quién sea el elegido, tratará de convertirse en la única voz válida de una nación.
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